Desde la más temprana edad, Francisco de Goya ya frecuentaba el mundo artístico. A sus 40 años, disfruta de una situación económica envidiable.

Su trayectoria, ahora relatada en el tomo 25 de Colección Pintores Folha Grandes, estuvo directamente ligado a la historia de España. El siglo XVIII, época de la Inquisición, fue convulso tanto para el país como para el propio Goya.

Entre 1792 y 1793, el pintor enfermó varias veces y se trasladó a Sevilla con un fuerte zumbido en la cabeza y una sordera irremediable. En esa época realiza una serie de pequeños cuadros sobre temas que no tendrían cabida en obras de encargo, como la locura y la prisión.

Entonces, sacudido por la Guerra de la Independencia, librada entre 1808 y 1812, Goya retoma el grabado, técnica por la que se había interesado desde 1770. Crea una serie sobre desastres en la que aparecen montones de cadáveres, violaciones y ejecuciones sumarias.

Uno de ellos, en el que vemos a una niña sola siguiendo el cadáver de su madre, impresionó a varios artistas del siglo XX, incluso es allí donde Picasso se inspiró para crear su “Guernica”. La tauromaquia, uno de sus temas favoritos, también aparece en esta época.

En 1824, el pintor se traslada a Francia y se instala en Burdeos. Leandro Moratín, un dramaturgo muy cercano y que anteriormente había descrito a Goya como «sordo, viejo, débil e indefenso», dijo en ese momento que estaba «feliz y ansioso por ver mundo».

Allí el artista pintó hasta el final de su vida, comenzando con nuevas técnicas, como la litografía. «No tengo más visión, no más fuerza, no más pluma, no más tintero, me falta todo excepto la voluntad que me queda», escribió Goya.

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